domingo 11 Julio 2010
XV Domingo del Tiempo Ordinario
San Benito Abad
Leer el comentario del Evangelio por
San Severo de Antioquia : «Bajó del cielo» (Credo)
Lecturas
Deuteronomio 30,10-14.
Todo esto te sucederá porque habrás escuchado la voz del Señor, tu Dios, y
observado sus mandamientos y sus leyes, que están escritas en este libro de
la Ley, después de haberte convertido al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma.
Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está
fuera de tu alcance.
No está en el cielo, para que digas: "¿Quién subirá por nosotros al cielo y
lo traerá hasta aquí, de manera que podamos escucharlo y ponerlo en
práctica?".
Ni tampoco está más allá del mar, para que digas: "¿Quién cruzará por
nosotros a la otra orilla y lo traerá hasta aquí, de manera que podamos
escucharlo y ponerlo en práctica?"
No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que
la practiques.
Pablo a los Colosenses 1,15-20.
El es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación,
porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la
tierra los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones,
Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él.
El existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él.
El es también la Cabeza del Cuerpo, es decir, de la Iglesia. El es el
Principio, el Primero que resucitó de entre los muertos, a fin de que él
tuviera la primacía en todo,
porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud.
Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el
cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
Lucas 10,25-37.
Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a
prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como
a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta
pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de
todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de
largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se
conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino;
después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se
encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue,
diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado
por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo:
"Ve, y procede tú de la misma manera".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por
San Severo de Antioquia (hacia 465-538), obispo
Homilía 89
«Bajó del cielo» (Credo)
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó». Cristo... no dijo «alguien
bajaba» sino «un hombre bajaba», porque el pasaje se refiere a toda la
humanidad. Ésta, después de la falta de Adán, abandonó la mansión elevada,
pacífica, sin sufrimiento y maravillosa del paraíso, al que, con todo
derecho, se le da el nombre de Jerusalén nombre que significa «la Paz de
Dios»- y bajó a Jericó, país con altos y bajos y con un calor asfixiante.
Jericó es la vida febril de este mundo, y que nos separa de Dios... Una vez
que la humanidad se desvió del buen camino de esta vida..., la tropa de
demonios salvajes la atacó como una banda de malhechores. La despojaron de
los vestidos de la perfección, sin dejarle ninguna señal de la fuerza del
alma, ni de la pureza, ni de la justicia, ni de la prudencia, ni nada de
nada de lo que es propio de la imagen divina (Gn 1,26), sino que los
diversos pecados la maltrataron con repetidos golpes, abatiéndola en fin, y
dejándola medio muerta... La Ley dada por Moisés ya
pasó..., faltada de fuerza no llevó a la humanidad a una completa sanación,
no levantó a la que yacía... Porque la Ley ofrecía unos sacrificios y unas
ofrendas «que no pueden nunca hacer perfectos a los que se acercan a
ofrecerlas» porque «es imposible que la sangre de los toros y de los machos
cabríos quite los pecados» (Hb 1,1.4)... Y al fin pasó un
Samaritano. Cristo se da expresamente a sí mismo el nombre de Samaritano.
Porque... es él mismo el que ha venido dando cumplimiento al designio de la
Ley y haciendo ver, a través de sus obras, «quién es el prójimo» y en qué
consiste eso de «amar a los otros como a sí mismo».
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domingo, 11 de julio de 2010
Evangelio del Día
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