domingo, 4 de julio de 2010

Evangelio del Día

domingo 04 Julio 2010
XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Santa Isabel de Portugal, Santos Oseas y Ageo



Leer el comentario del Evangelio por
Cardenal Joseph Ratzinguer [Papa Benedicto XVI] : La caridad, alma de la misión

Lecturas

Isaías 66,10-14.
¡Alégrense con Jerusalén y regocíjense a causa de ella, todos los que la
aman! ¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella,
para ser amamantados y saciarse en sus pechos consoladores, para gustar las
delicias de sus senos gloriosos!
Porque así habla el Señor: Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un
río, y la riqueza de las naciones como un torrente que se desborda. Sus
niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas.
Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y
ustedes serán consolados en Jerusalén.
Al ver esto, se llenarán de gozo, y sus huesos florecerán como la hierba.
La mano del Señor se manifestará a sus servidores, y a sus enemigos, su
indignación.


Pablo a los Gálatas 6,14-18.
Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el
mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo.
Estar circuncidado o no estarlo, no tiene ninguna importancia: lo que
importa es ser una nueva criatura.
Que todos los que practican esta norma tengan paz y misericordia, lo mismo
que el Israel de Dios.
Que nadie me moleste en adelante: yo llevo en mi cuerpo las cicatrices de
Jesús.
Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca con ustedes.
Amén.


Lucas 10,1-12.17-20.
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos
en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él
debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a
nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta
casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo
contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque
el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de
ustedes'.
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las
plazas y digan:
'¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo
sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está
cerca'.
Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que
esa ciudad.
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu Nombre".
El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer
todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.
No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense
más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

Cardenal Joseph Ratzinguer [Papa Benedicto XVI]
Mensaje para la jornada mundial de la misiones 2006

La caridad, alma de la misión

La misión, si no es fruto de la caridad, si no brota de un profundo
acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a una simple actividad
filantrópica y social. El amor que Dios tiene por cada persona constituye,
en efecto, el corazón de la experiencia y del anuncio del Evangelio, y
todos los que lo acogen se convierten, a su vez, en unos testigos. El amor
de Dios que da vida al mundo es el amor que nos ha sido dado en Jesús,
Palabra de salvación, icono perfecto de la misericordia del Padre
celestial. El mensaje salvífico podría muy bien resumirse
con las palabras del evangelista Juan: «En esto se manifestó el amor que
Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos
por medio de él» (1Jn 4,9). Jesús lo confió el mandamiento de difundir el
anuncio de este amor, a sus apóstoles después de su resurrección, y los
apóstoles, transformados interiormente el día de Pentecostés por el poder
del Espíritu Santo, comenzaron a dar testimonio del Señor muerto y
resucitado. Después la Iglesia ha seguido esta misma misión, que
constituye, para todos los creyentes, un compromiso permanente al que no se
puede renunciar.




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