domingo 11 Septiembre 2011
XXIV Domingo del Tiempo Ordinario A
Santa Teodora
Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan Pablo II : «¿No deberías, a tu vuelta, tener compasión de tu hermano?»
Lecturas
Eclesiástico 27,30.28,1-7.
También el rencor y la ira son abominables, y ambas cosas son patrimonio del pecador.
El hombre vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados.
Perdona el agravio a tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados.
Si un hombre mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane?
No tiene piedad de un hombre semejante a él ¡y se atreve a implorar por sus pecados!
El, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados?
Acuérdate del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a los mandamientos;
acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
San Pablo a los Romanos 14,7-9.
Ninguno de nosotros vive para sí, ni tampoco muere para sí.
Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor.
Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de los muertos.
Mateo 18,21-35.
Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".
Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por
Beato Juan Pablo II
Encíclica «Dives in misericordia» cp. 7, §14 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)
«¿No deberías, a tu vuelta, tener compasión de tu hermano?»
La Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principalesen
cada etapa de la historia y especialmente en la edad contemporáneael de
proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado
en sumo grado en Cristo Jesús. Este misterio, no sólo para la misma Iglesia
en cuanto comunidad de creyentes, sino también en cierto sentido para todos
los hombres, es fuente de una vida diversa de la que el hombre, expuesto a
las fuerzas prepotentes de la triple concupiscencia que obran en él, está
en condiciones de construir. Precisamente en nombre de este misterio Cristo
nos enseña a perdonar siempre. ¡Cuántas veces repetimos las palabras de la
oración que El mismo nos enseñó, pidiendo: «perdónanos nuestras deudas como
nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12), es decir, a aquellos
que son culpables de algo respecto a nosotros! Es en verdad difícil
expresar el valor profundo de la actitud que tales palabras trazan e
inculcan. ¡Cuántas cosas dicen estas palabras a todo hombre acerca de su
semejante y también acerca de sí mismo! La conciencia de ser deudores unos
de otros va pareja con la llamada a la solidaridad fraterna que san Pablo
ha expresado en la invitación concisa a soportarnos «mutuamente con amor»
(Ep 4,2). ¡Qué lección de humildad se encierra aquí respecto del hombre,
del prójimo y de sí mismo a la vez! ¡Qué escuela de buena voluntad para la
convivencia de cada día, en las diversas condiciones de nuestra existencia!
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domingo, 11 de septiembre de 2011
Evangelio del Día
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