domingo, 19 de junio de 2011

Evangelio del Día

domingo 19 Junio 2011
La Santísima Trinidad - Solemnidad

San Lamberto,  Beata Margarita Rutan



Leer el comentario del Evangelio por
San Atanasio : «Todo el que cree en Él... tendrá la vida eterna»

Lecturas

Exodo 34,4b-6.8-9.


Moisés talló dos tablas de piedra iguales a las primeras, y a la madrugada del día siguiente subió a la montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas en sus manos.
El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él. Moisés invocó el nombre del Señor.
El Señor pasó delante de él y exclamó: "El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad.
Moisés cayó de rodillas y se postró,
diciendo: "Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia".


San Pablo a los Corintios 2 13,11-13.


Por último, hermanos, alégrense, trabajen para alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes.
Salúdense mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes.


Juan 3,16-18.


Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Atanasio (295-373), obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia
Cartas a Serapion, n°1, 19; PG 26, 373

«Todo el que cree en Él... tendrá la vida eterna»

Hombres insensatos..., que no cesáis vuestras indiscretas
investigaciones en relación con la Trinidad y no os contentáis con creer
que existe, ya que tenéis por guía lo que el apóstol escribió: "Es
necesario creer que Dios existe y que garantiza la recompensa a los que lo
buscan". Que nadie se plantee cuestiones superfluas, pero que se limiten a
aprender lo que está contenido en las Escrituras... La Escritura
dice que el Padre es fuente y luz: "Me han abandonado; a mí, la fuente de
agua viva»; «Has abandonado la fuente de la sabiduría», y según Juan:
«Nuestro Dios es luz». Sin embargo, al Hijo, en relación con la fuente, se
le llama río, pues «el manantial de Dios, según el salmo, está lleno de
agua». En relación con la luz, es llamado resplandor cuando Pablo dice que
es "el resplandor de su gloria y el rostro de su esencia». Por lo tanto, el
Padre es luz, el Hijo su resplandor..., y en el Hijo, es por el Espíritu
que somos iluminados: "Dios os da, dice San Pablo, un Espíritu de sabiduría
y revelación para conocerle; que iluminará los ojos de vuestro corazón».
Pero cuando somos iluminados, es Cristo quien nos ilumina en Él, ya que la
Escritura dice: "Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre en este
mundo». Además, si el Padre es la fuente y el Hijo es llamado río, se nos
dice que nosotros bebemos del Espíritu: «Todos hemos bebido de un único
Espíritu». Pero, habiendo bebido del Espíritu, bebemos también de Cristo
porque "ellos bebieron de una roca espiritual que les seguíay esta roca era
Cristo". El Padre siendo el «único sabio», el Hijo es su sabiduría,
pues «Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios". Ahora bien, es al
recibir el Espíritu de sabiduría cuando poseemos al Hijo y adquirimos la
sabiduría en Él... El Hijo es la vida, dijo: "Yo soy la vida»; pero dijo
que nosotros estamos vivificados por el Espíritu, así Pablo escribe: "El
que ha resucitado a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también
nuestros cuerpos mortales por el Espíritu que habita en nosotros». Pero
cuando somos vivificados por el Espíritu, Cristo es nuestra vida...: "No
soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí». ¿Existe, en la Santa
Trinidad, tal correspondencia y unidad, que se podría separar al Hijo del
Padre, al Espíritu del Hijo o del Padre? El misterio de Dios no se nos
entrega a nuestro espíritu a través de discursos elocuentes, sino en la fe
y en la oración respetuosa.




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