domingo 05 Septiembre 2010
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
San Lorenzo Justiniano
Leer el comentario del Evangelio por
Juan Casiano : Ofrecer a Dios nuestro verdadero tesoro
Lecturas
Sabiduría 9,13-18.
¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo
que quiere el Señor?
Los pensamientos de los mortales son indecisos y sus reflexiones,
precarias,
porque un cuerpo corruptible pesa sobre el alma y esta morada de arcilla
oprime a la mente con muchas preocupaciones.
Nos cuesta conjeturar lo que hay sobre la tierra, y lo que está a nuestro
alcance lo descubrimos con esfuerzo; pero ¿quién ha explorado lo que está
en el cielo?
¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la
Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?
Así se enderezaron los caminos de los que están sobre la tierra, así
aprendieron los hombres lo que te agrada y, por la Sabiduría, fueron
salvados".
Pablo a Filemón 1,9-10.12-17.
prefiero suplicarte en nombre del amor, Yo, Pablo, ya anciano y ahora
prisionero a causa de Cristo Jesús,
te suplico en favor de mi hijo Onésimo, al que engendré en la prisión.
Te lo envío como si fuera yo mismo.
Con gusto lo hubiera retenido a mi lado, para que me sirviera en tu nombre
mientras estoy prisionero a causa del Evangelio.
Pero no he querido realizar nada sin tu consentimiento, para que el
beneficio que me haces no sea forzado, sino voluntario.
Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para
siempre,
no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido.
Si es tan querido para mí, cuánto más lo será para ti, que estás unido a él
por lazos humanos y en el Señor.
Por eso, si me consideras un amigo, recíbelo como a mi mismo.
Lucas 14,25-33.
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo:
"Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a
su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia
vida, no puede ser mi discípulo.
El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que
lo vean se rían de él, diciendo:
'Este comenzó a edificar y no pudo terminar'.
¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a
considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él
con veinte mil?
Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una
embajada para negociar la paz.
De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que
posee, no puede ser mi discípulo.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por
Juan Casiano (hacia 360-435), fundador de un monasterio en Marsella
Conferencias, I, 6-7
Ofrecer a Dios nuestro verdadero tesoro
Muchos que, por seguir a Cristo habían menospreciado fortunas
considerables, cantidades enormes de oro y plata y magníficos dominios,
después se dejaron turbar por una lima, por un punzón, por una aguja, por
una pluma de escribir... Después de haber distribuido todas sus riquezas
por amor a Cristo, conservan su antigua pasión y la ponen en cosas vanas y
se encolerizan fácilmente por defenderlas. No teniendo la caridad de la que
habla san Pablo su vida está marcada por la esterilidad. El bienaventurado
apóstol previó esta desdicha: «Podría repartir en limosnas todo lo que
tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve», dice
(1C 13,3). Es una prueba evidente que por el mero hecho de haber renunciado
a todas las riquezas y despreciado honores, la perfección no se alcanza de
golpe si no se une a ello la caridad que el apóstol nos describe bajo
diversos aspectos. La perfección se encuentra solamente
en la pureza de corazón. Porque rechazar la envidia, el creerse más que los
demás, la cólera y la frivolidad, no buscar el propio interés, no
complacerse en la injusticia, no llevar cuenta del mal, y todo lo demás (1C
13,4-5): ¿acaso es otra cosa que ofrecer continuamente a Dios un corazón
perfecto y puro y guardarlo indemne de cualquier movimiento de pasión? La
única finalidad de nuestras acciones y deseos será, pues, la pureza de
corazón.
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domingo, 5 de septiembre de 2010
Evangelio del Día
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