domingo 16 Mayo 2010
La Ascensión del Señor - Solemnidad
Ascensión del Señor - Solemnidad
Santa Gianna Beretta
Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II : «Que todos sean uno»
Lecturas
Hechos 7,55-60.
Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la
gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios.
Entonces exclamó: "Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la
derecha de Dios".
Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre
él como un solo hombre;
y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron
los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: "Señor Jesús, recibe mi
espíritu".
Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: "Señor, no les tengas
en cuenta este pecado". Y al decir esto, expiró.
Apoc. 22,12-14.16-17.20.
Pronto regresaré trayendo mi recompensa, para dar a cada uno según sus
obras.
Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin.
¡Felices los que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del
árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Ciudad!
Yo Jesús, he enviado a mi mensajero para dar testimonio de estas cosas a
las Iglesias. Yo soy el Retoño de David y su descendencia, la Estrella
radiante.
El Espíritu y la Esposa dicen: "¡Ven!", y el que escucha debe decir:
"¡Ven!". Que venga el que tiene sed, y el que quiera, que beba
gratuitamente del agua de la vida.
El que garantiza estas cosas afirma: "¡Sí, volveré pronto!". ¡Amén! ¡Ven,
Señor Jesús!
Juan 17,20-26.
No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su
palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también
ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca
que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que
contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la
creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos
reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el
amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II
Decreto sobre el ecumenismo, 7-8
«Que todos sean uno»
El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En
efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma
(Ef 4,23), de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la
caridad. Recuerden todos los fieles, que tanto mejor promoverán y
realizarán la unión de los cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar
una vida más pura, según el Evangelio. Porque cuanto más se unan en
estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más
íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad.
Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las
oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de
considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón
puede llamarse «ecumenismo espiritual».
Es frecuente entre los católicos concurrir a la oración por la unidad
de la Iglesia, que el mismo Salvador dirigió enardecido al Padre en
vísperas de su muerte: "Que todos sean uno". En ciertas circunstancias
especiales, como sucede cuando se ordenan oraciones "por la unidad", y en
las asambleas ecumenistas es lícito, más aún, es de desear que los
católicos se unan en la oración con los hermanos separados. Tales preces
comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad y la
expresión genuina de los vínculos con que están unidos los católicos con
los hermanos separados: "Pues donde hay dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
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domingo, 16 de mayo de 2010
Evangelio del Día
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