sábado, 4 de abril de 2009

Evangelio del Día

domingo 05 Abril 2009
Domingo de Ramos

San Vicente Ferrer



Leer el comentario del Evangelio por
San Andrés de Creta : «Bendito el que viene en nombre del Señor, Dios de Israel» (Jn 12,13)

Lecturas

Isaías 50,4-7.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él
despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me
arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso,
endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.


Pablo a los Filipenses 2,6-11.
El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como
algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y
haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".



Marcos 14,1-72.15,1-47.
Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los
sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con
astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un
tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso,
llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y
rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre
sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el
dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra
conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando
quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo,
se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para
entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba
una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la
víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que
vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se
encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi
sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones
y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como
Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me
entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré
yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente
que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por
quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo
dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de
ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por
muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba
el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la
Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante
el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y
todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
"Quédense aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a
angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí
velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible,
no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que
no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:
"Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de
sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto
se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado
en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce,
acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar.
Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo
Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con
espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me
arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los
sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo
Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra
Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus
testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano
del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por
la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:
"¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo
interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre
sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad
tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron
que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo
golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le
daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del
Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también
estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando".
Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de
ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron
a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del
que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que
Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me
habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los
ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo
llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió:
"Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que
te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.

Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que
habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los
judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por
envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de
Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes
llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más
fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a
Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a
toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se
la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla,
le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le
pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para
crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que
regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del
Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras,
sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los
judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su
izquierda.

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que
destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y
decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos
y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que
significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a
Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una
caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó:
"¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas
estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y
Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas
otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer,

José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el
Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le
preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo
depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a
la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Andrés de Creta (660-740), monje y obispo
Sermón para el día de Ramos; PG 97, 1002

«Bendito el que viene en nombre del Señor, Dios de Israel» (Jn 12,13)

Ten ánimo, hija de Sión, no temas: «He aquí que viene a ti tu rey:
justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de
asna». Viene, el que está presente en todo y llena el universo, viene a ti
para realizar en ti la salvación para todos. Viene el que «no ha venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan», para hacer
salir del pecado a los que se han extraviado. No temas pues: «Dios está en
medio de ti, eres inquebrantable». Levantando las manos acoge al que con
sus manos ha dibujado tus murallas. Acoge al que ha asumido en sí mismo
todo lo que es nuestro, excepto el pecado, para allegarnos hasta él...
Alégrate, hija de Jerusalén, canta y danza de alegría... «Resplandece,
porque viene tu luz, y la gloria del Señor se levanta sobre ti»
¿Cuál es esta luz? «La que ilumina a todo hombre que viene al mundo»:
la luz eterna... aparecida en el tiempo; luz manifestada en la carne y
escondida por su naturaleza; luz que envuelve a los pastores y conduce a
los magos; luz que estaba en el mundo desde el principio, por quien el
mundo se hizo y que el mundo no ha reconocido; luz que vino a los suyos y
los suyos no la recibieron. Y ¿cuál es la gloria del Señor? Sin
ninguna duda es la cruz sobre la cual Cristo ha sido glorificado, él, el
esplendor de la gloria del Padre. Él mismo lo dijo al acercarse su pasión:
«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en
él y le glorificará pronto». La gloria de la que habla aquí, es su subida a
la cruz. Sí, la cruz es la gloria de Cristo y su exaltación. Dijo: «Cuando
sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Referencias bíblicas: Za 9,9; Lc 5,32; Ps 45,6; Is 60,1; Jn 1,9-11; He 1,3;
Jn 13,31-32; Jn 12,32)




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