domingo, 17 de agosto de 2008

Evangelio del Día

domingo 17 Agosto 2008
Santa Beatriz de Silva



Leer el comentario del Evangelio por
Guillermo de San Thierry : «Ten piedad de mí, Señor, Hijo de Dios»

Lecturas

Isaías 56,1.6-7.
Así habla el Señor: Observen el derecho y practiquen la justicia, porque
muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia.
Y a los hijos de una tierra extranjera que se han unido al Señor para
servirlo, para amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, a todos
los que observen el sábado sin profanarlo y se mantengan firmes en mi
alianza,
yo los conduciré hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa
de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi
altar, porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos.


San Pablo a los Romanos 11,13-15.29-32.
A ustedes, que son de origen pagano, les aseguro que en mi condición de
Apóstol de los paganos, hago honor a mi ministerio
provocando los celos de mis hermanos de raza, con la esperanza de salvar a
algunos de ellos.
Porque si la exclusión de Israel trajo consigo la reconciliación del mundo,
su reintegración, ¿no será un retorno a la vida?
Porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables.
En efecto, ustedes antes desobedecieron a Dios, pero ahora, a causa de la
desobediencia de ellos, han alcanzado misericordia.
De la misma manera, ahora que ustedes han alcanzado misericordia, ellos se
niegan a obedecer a Dios. Pero esto es para que ellos también alcancen
misericordia.
Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de
todos.


Mateo 15,21-28.
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar:
"¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio".
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron:
"Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del
pueblo de Israel".
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a
los cachorros".
Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que
caen de la mesa de sus dueños!".
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu
deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

Guillermo de San Thierry (hacia 1085-1148), monje benedictino, después cisterciense
Oraciones meditativas, nº 2

«Ten piedad de mí, Señor, Hijo de Dios»

A veces, Señor, te siento pasar, pero no te detienes para mí, pasas de
largo, y yo te grito como la Cananea. ¿Me atreveré todavía a acercarme a
ti? Seguro que sí, los perritos echados fuera de la casa de su amo siempre
vuelven a ella, y cuidando guardar la casa, reciben cada día su ración de
pan. Echado, aquí estoy todavía; frente a la puerta, te llamo; maltrecho,
suplico. Así como los perritos no pueden vivir lejos de los hombres, ¡de la
misma manera mi alma no puede vivir lejos de mi Dios! Ábreme, Señor.
Haz que llegue hasta ti para ser inundado por tu luz. Tú, que habitas en
los cielos, te has escondido en las tinieblas, en la oscura nube. Como lo
dice el profeta: «Te has arropado en una nube para que no pasara la
oración» (Lm 3,44). Me corrompo en la tierra, el corazón como en un
lodazal... Tus estrellas no brillan para mí, el sol se ha oscurecido, la
luna ya no emite su luz. Oigo cantar tus hazañas en lo salmos, los himnos y
los cánticos espirituales; en el Evangelio, tus palabras y tus gestos
resplandecen como la luz; los ejemplos de tus siervos..., las amenazas y
las promesas de tus Escrituras de verdad se imponen a mis ojos y vienen a
golpear la sordera de mis orejas. Pero mi espíritu se ha endurecido; he
aprendido a dormir de cara al resplandor del sol; me he acostumbrado a no
ver ya lo que se me pone delante así... ¿Hasta cuándo, Señor, cuánto
tardarás en romper tus cielos, en descender para venir a socorrer mi
torpeza? (sl 12,1; Is 64,1). Que yo no se ya más lo que soy..., que me
convierta y que, por lo menos, venga al atardecer como un perrito
hambriento. Recorro tu ciudad; en parte aún peregrina sobre la tierra,
aunque la mayoría de sus habitantes han encontrado ya su gozo en el cielo.
¿Encontraré también yo allí mi morada?




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