Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Hermanos: Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Debemos vigilar la salud de nuestro prójimo con el mismo cuidado que tenemos con la nuestra, tanto si está sano como si está consumido por la enfermedad. Porque «somos un solo cuerpo en Cristo» (Rm 12,5), ricos o pobres, esclavos u hombres libres, sanos o enfermos. Para todos no hay más que una sola cabeza, principio de todo –Cristo (Col 1,18); igual que los miembros del cuerpo son unos para los otros, eso mismo es cada uno de nosotros por cada uno de sus hermanos. Es necesario, pues, no desatender ni abandonar aquellos que, antes que nosotros, han caído en un estado de debilidad que nos acecha a todos. Más que regocijarnos por nuestra buena salud, es mejor que compartamos los males de nuestros pobres hermanos... Igual que nosotros, ellos son imagen de Dios, y, a pesar de su aparente degradación, han sido más fieles que nosotros a conservar esta imagen. En ellos, el hombre interior se ha revestido del mismo Cristo y han recibido las mismas «arras del Espíritu» (2Co 5,5); tienen las mismas leyes, los mismos mandamientos, las mismas alianzas, las mismas asambleas , los mismos misterios, la misma esperanza. Cristo que «quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) ha muerto también por ellos. Tienen parte en la herencia de la vida celestial, ellos que han sido privados de muchos de los bienes de acá. Son los compañeros de los sufrimientos de Cristo y lo serán también de su gloria. |
domingo, 28 de agosto de 2016
Evangelio del Día
domingo, 21 de agosto de 2016
Evangelio del Día
Entonces, yo mismo vendré a reunir a todas las naciones y a todas las lenguas, y ellas vendrán y verán mi gloria. Ustedes se han olvidado de la exhortación que Dios les dirige como a hijos suyos: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, y cuando te reprenda, no te desalientes. Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Prestad atención, hermanos muy amados: las santas Escrituras se nos han transmitido, por decirlo de alguna manera, como si fueran cartas venidas de nuestra patria. En efecto, nuestra patria es el paraíso; nuestros padres son los patriarcas, los profetas, los apóstoles y los mártires; nuestros conciudadanos son los ángeles; nuestro rey, Cristo. Cuando Adán pecó, nosotros, por así decir, fuimos echados al exilio de este mundo. Pero, puesto que nuestro rey es fiel y misericordioso mucho más de lo que se puede pensar o decir, se dignó enviarnos, por mediación de los patriarcas y profetas, las santas Escrituras, como si fueran cartas de invitación mediante las que nos invitaba a nuestra eterna y primera patria… Por su inefable bondad nos ha invitado a reinar con él. |
domingo, 14 de agosto de 2016
Evangelio del Día
Los jefes dijeron al rey: "Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia". Hermanos: Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra": por el misterio de mi encarnación he bajado de lo alto del cielo y me he manifestado a los hombres para encender en sus corazones humanos el fuego del amor divino. "¡Y cuánto deseo verlo encendido" – es decir, que prenda y llegue a ser una llama movida por el Espíritu Santo que haga salir de ella actos de bondad! |
domingo, 7 de agosto de 2016
Evangelio del Día
Aquella noche fue dada a conocer de antemano a nuestros padres, para que, sabiendo con seguridad en qué juramentos habían creído, se sintieran reconfortados. Hermanos: No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. El Señor pensaba en este nuestro tiempo cuando dijo: "Cuando vendrá el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18,8). Vemos como se realiza esta profecía. El temor de Dios, la ley de la justicia, la caridad, las buenas obras, ya nadie cree en ellas…todo lo que temería nuestra conciencia, si creyera; no lo teme porque no cree. Porque si creyera, viviría vigilante; y si vigilara, se salvaría. |
