domingo, 28 de marzo de 2010

Evangelio del Día

domingo 28 Marzo 2010
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

San Sixto III, José Sebastián Pelczar, Santa Gisela



Leer el comentario del Evangelio por
Proclo de Constantinopla : «Bendito el que viene como Rey»

Lecturas

Isaías 50,4-7.
El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él
despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.
El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.
Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me
arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso,
endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.


Pablo a los Filipenses 2,6-11.
El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como
algo que debía guardar celosamente:
al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y
haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano,
se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".



Lucas 22,14-71.23,1-56.
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
"He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión,

porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno
cumplimiento en el Reino de Dios".
Y tomando una copa, dio gracias y dijo: "Tomen y compártanla entre ustedes.

Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta
que llegue el Reino de Dios".
Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía".
Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: "Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí.
Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero
¡ay de aquel que lo va a entregar!".
Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que
iba a hacer eso.
Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más
grande.
Jesús les dijo: "Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que
ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores.
Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que
se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor.
Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es
acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el
que sirve.
Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis
pruebas.
Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí.
Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre
tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el
trigo,
pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que
hayas vuelto, confirma a tus hermanos".
"Señor, le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la
muerte".
Pero Jesús replicó: "Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el
gallo, habrás negado tres veces que me conoces".
Después les dijo: "Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia,
¿les faltó alguna cosa?".
"Nada", respondieron. El agregó: "Pero ahora el que tenga una bolsa, que la
lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga
espada, que venda su manto para comprar una.
Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura:
Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere
a mí".
"Señor, le dijeron, aquí hay dos espadas". El les respondió: "Basta".
En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos,
seguido de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo: "Oren, para no caer en la tentación".
Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra,
y puesto de rodillas, oraba:
"Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi
voluntad, sino la tuya".
Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.
En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como
gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los
encontró adormecidos por la tristeza.
Jesús les dijo: "¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer
en la tentación".
Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se
llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?".
Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
"Señor, ¿usamos la espada?".
Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote,
cortándole la oreja derecha.
Pero Jesús dijo: "Dejen, ya está". Y tocándole la oreja, lo curó.
Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y
a los ancianos que habían venido a arrestarlo: "¿Soy acaso un ladrón para
que vengan con espadas y palos?
Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero
esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas".
Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo
seguía de lejos.
Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro
se sentó entre ellos.
Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: "Este
también estaba con él".
Pedro lo negó, diciendo: "Mujer, no lo conozco".
Poco después, otro lo vio y dijo: "Tú también eres uno de aquellos". Pero
Pedro respondió: "No, hombre, no lo soy".
Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: "No hay duda de
que este hombre estaba con él; además, él también es galileo".
"Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices". En ese momento, cuando todavía
estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el
Señor le había dicho: "Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres
veces".
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;
y tapándole el rostro, le decían: "Profetiza, ¿quién te golpeó?".
Y proferían contra él toda clase de insultos.
Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con
los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal
y le dijeron: "Dinos si eres el Mesías". El les dijo: "Si yo les respondo,
ustedes no me creerán,
y si los interrogo, no me responderán.
Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios
todopoderoso".
Todos preguntaron: "¿Entonces eres el Hijo de Dios?". Jesús respondió:
"Tienen razón, yo lo soy".
Ellos dijeron: "¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo
hemos oído de su propia boca".
Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
Y comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos encontrado a este hombre
incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos
al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías".
Pilato lo interrogó, diciendo: "¿Eres tú el rey de los judíos?". "Tú lo
dices", le respondió Jesús.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: "No encuentro en este
hombre ningún motivo de condena".
Pero ellos insistían: "Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea.
Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí".
Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo.
Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se
lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por
lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su
presencia.
Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban
con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en
ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a
Pilato.
Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron
amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo,
y les dijo: "Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al
pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no
encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan;
ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven,
este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte.
Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad".

Pero la multitud comenzó a gritar: "¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a
Barrabás!".
A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la
ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad
a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!".
Por tercera vez les dijo: "¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en
él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré
en libertad".
Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el
griterío se hacía cada vez más violento.
Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo.
Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por
sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del
campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban
el pecho y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: "¡Hijas de Jerusalén!, no
lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos.
Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices
los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!
Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros:
¡Sepúltennos!
Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?".
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado "del Cráneo", lo crucificaron junto con
los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Después se
repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: "Ha
salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el
Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle
vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que
sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no
ha hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino".
El le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la
tierra hasta las tres de la tarde.
El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
"Realmente este hombre era un justo".
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver
lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea
permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de
Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un
sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José,
observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado
observaron el descanso que prescribía la Ley.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

Proclo de Constantinopla (hacia 390-446), obispo
Sermón 9, para el día de Ramos; PG 65, 772

«Bendito el que viene como Rey»

El día de hoy, amados míos, es de gran importancia. Nos pide tener un
gran deseo, poner mucha atención, una viva resolución que nos lleve al
encuentro del Rey de los Cielos. Pablo, el mensajero de la buena noticia,
nos decía: «El Señor está cerca, que nada os preocupe» (Flp 4,5-6)... Encendamos las lámparas de la fe: como la cinco vírgenes
prudentes (Mt 25,1ss), llenémoslas del aceite de la misericordia para con
los pobres; acojamos a Cristo del todo despiertos y cantémosle llevando las
palmas de la justicia en las manos. Abracémosle derramando sobre él el
perfume de María (Jn 12,3). Escuchemos el canto de la resurrección; que
nuestras voces se eleven, dignas de la majestad divina, y gritemos con el
pueblo ese grito que viene de la multitud: «¡Hosanna en las alturas!
Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Está bien
dicho: «El que viene», porque viene sin cesar, jamás nos falta: «El Señor
está cerca de los que lo invocan con sinceridad» (Sl 144,18). «Bendito el
que viene en nombre del Señor.» El Rey manso y pacífico
está a nuestra puerta. El que reina en los cielos sobre los querubines está
aquí abajo sentado sobre un pollino de borrica. Preparemos las casas de
nuestras almas, quitemos de ellas esas telas de araña que son las
discordias fraternas; que nadie encuentre en nosotros el polvo de la
maledicencia. Derramemos a oleadas el agua del amor, y apacigüemos las
desavenencias que levanta la animosidad; después salpiquemos el vestíbulo
de nuestros labios con las flores de la piedad. Entonces, que surja de
nosotros ese mismo grito que brota de la muchedumbre: «Bendito el que viene
en nombre del Señor, el Rey de Israel».




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domingo, 21 de marzo de 2010

Evangelio del Día

domingo 21 Marzo 2010
V Domingo de Cuaresma

San Nicolás de Flüe, Santa María Francisca, Santa Benedetta Cambiagio Frassinello , San Agustín Zhao Rong, , Advocación Mariana: Nuestra Señora de Bruges



Leer el comentario del Evangelio por
Juan Pablo II : «Tampoco yo te condeno»

Lecturas

Isaías 43,16-21.
Así habla el Señor, el que abrió un camino a través del mar y un sendero
entre las aguas impetuosas;
el que hizo salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres
aguerridos; ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se
consumieron como una mecha.
No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas;
yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí,
pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa.
Me glorificarán las fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque
haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi
Pueblo, mi elegido,
el Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.


Pablo a los Filipenses 3,8-14.
Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las
cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo
y estar unido a él, no con mi propia justicia -la que procede de la Ley-
sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se
funda en la fe.
Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar
de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte,
a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos.
Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección,
pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo
alcanzado por Cristo Jesús.
Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto:
olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante
y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado
celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.


Juan 8,1-11.
Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se
sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido
sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,
dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué
dices?".
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús,
inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje
la primera piedra".
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por
los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí,
e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?
¿Alguien te ha condenado?".
Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús.
Vete, no peques más en adelante".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

Juan Pablo II
Encíclica «Dives in Misericordia» § 7

«Tampoco yo te condeno»

La redención a través del misterio de la cruz de Cristo es la
revelación última y definitiva de la santidad de Dios, que es la plenitud
absoluta de la perfección: plenitud de la justicia y del amor, puesto que
la justicia se basa en el amor, de él proviene y a él tiende. En la Pasión
y muerte de Cristo, en el hecho de que el Padre «no perdonó a su propio
Hijo» sino que «lo hizo pecado por nosotros» (Rm 8,32; 2C 5,21), se expresa
la justicia absoluta, porque Cristo sufrió la Pasión y la cruz a causa de
los pecados de la humanidad. Verdaderamente, hay ahí una sobreabundancia de
justicia puesto que los pecados de los hombres quedan equilibrados a través
del sacrificio del Hombre-Dios. Sin embargo, esta justicia,
que en sentido propio es justicia a la medida de Dios, nace enteramente del
amor, del amor del Padre y del Hijo y alcanza su plenitud total en el amor
dando frutos de salvación. La dimensión divina de la redención no se
realiza tan sólo en el hecho de hacer justicia al pecado, sino en dar al
amor la fuerza creadora gracias a la cual el hombre tiene de nuevo pleno
acceso a la vida y a la santidad que viene de Dios. Así es que la redención
trae en sí la revelación de la misericordia en su plenitud.
El misterio pascual constituye la cumbre de esta revelación y la expresión
de la misericordia capaz de justificar al hombre, de restablecer la
justicia como realización del orden salvífico que Dios quiso fuera realidad
ya desde el inicio en el hombre y, a través del hombre, en el mundo.




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domingo, 14 de marzo de 2010

Evangelio del Día

domingo 14 Marzo 2010
IV Domingo de Cuaresma

Santa Matilde, Nuestra Señora en Madhu  , Advocación Mariana: La Madonna del  Pozzo



Leer el comentario del Evangelio por
San Pedro Crisólogo : «Me pondré en camino adonde está mi padre»

Lecturas

Josue 5,9.10-12.
Entonces el Señor dijo a Josué: "Hoy he quitado de encima de ustedes el
oprobio de Egipto". Y aquel lugar se llamó Guilgal hasta el día de hoy.
Los israelitas acamparon en Guilgal, y el catorce del mes, por la tarde,
celebraron la Pascua en la llanura de Jericó.
Al día siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país - pan sin
levadura y granos tostados - ese mismo día.
El maná dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del
país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los
frutos de la tierra de Canaán.


San Pablo a los Corintios 2 5,17-21.
El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un
ser nuevo se ha hecho presente.
Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por intermedio de
Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.
Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no
teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de
la reconciliación.
Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a
los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de
Cristo: Déjense reconciliar con Dios.
A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor
nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.


Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los
pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un
país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y
comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo
envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos,
pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el
Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba
lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro,
lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser
llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y
vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue
encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la
música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero
engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido
jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer
una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes
con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío
es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Pedro Crisólogo (hacia 406-450), obispo de Ravena, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el perdón, 2,3

«Me pondré en camino adonde está mi padre»

Si bien es cierto que no nos gusta la conducta de este joven, lo que
nos hace horror es que se marchara de su casa: en lo que se refiere a
nosotros, ¡no nos alejemos nunca de un padre como éste! Tan sólo la vista
de este padre nos hace huir del pecado, rechaza la falta, excluye toda mala
conducta y toda tentación. Pero, si ya nos hemos marchado, si hemos
malgastado toda la herencia del padre en una vida desordenada, si hemos
sido capaces de cometer cualquier falta o fechoría, si hemos caído en el
abismo de la impiedad y en el hundimiento total, tengamos el buen momento
de levantarnos y regresemos a un padre tan bueno invitados por un ejemplo
tan bello. «Cuando todavía estaba lejos su padre lo vio y se
conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». Os
pregunto: ¿qué lugar hay aquí para la desesperación? ¿Qué pretexto para
tener una excusa? ¿Qué falsa razón para temer? A no ser que se tema el
encuentro con el padre, que se tenga miedo a sus besos y a sus abrazos; a
no ser que se crea que el padre, cuando coge a su hijo por la mano, lo pone
junto a su corazón y le aprieta con sus brazos, quiere tocar para
recuperar, en lugar de recibir para perdonar. Pero si se diera un tal
pensamiento que aplasta la vida, que se opone a nuestra salvación, es
ampliamente vencido, ampliamente anonadado por lo que sigue: «El padre dijo
a sus criados: Sacad enseguida el mejor traje para vestirlo; ponedle un
anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y
matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado». Después de haber escuchado
esto ¿podemos todavía demorarnos? ¿Qué esperamos para volver al padre?




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domingo, 7 de marzo de 2010

Evangelio del Día

domingo 07 Marzo 2010
III Domingo de Cuaresma

Santa Perpetua



Leer el comentario del Evangelio por
San Cipriano : Imitar la paciencia de Dios

Lecturas

Exodo 3,1-8.13-15.
Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de
Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña
de Dios, al Horeb.
Allí se le apareció el Angel del Señor en una llama de fuego, que salía de
en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse,
Moisés pensó: "Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que
la zarza no se consume?".
Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó
desde la zarza, diciendo: "¡Moisés, Moisés!". "Aquí estoy", respondió el.
Entonces Dios le dijo: "No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias,
porque el suelo que estás pisando es una tierra santa".
Luego siguió diciendo: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Moisés se cubrió el rostro porque tuvo
miedo de ver a Dios.
El Señor dijo: "Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y
he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy
bien sus sufrimientos.
Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir,
desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana
leche y miel, al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los
perizitas, los jivitas y los jebuseos.
Moisés dijo a Dios: "Si me presento ante los israelitas y les digo que el
Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán cuál es su nombre. Y
entonces, ¿qué les responderé?".
Dios dijo a Moisés: "Yo soy el que soy". Luego añadió: "Tú hablarás así a
los israelitas: "Yo soy" me envió a ustedes".
Y continuó diciendo a Moisés: "Tu hablarás así a los israelitas: El Señor,
el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de
Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para siempre y así será
invocado en todos los tiempos futuros.


1 Corintios 10,1-6.10-12.
Porque no deben ignorar, hermanos, que todos nuestros padres fueron guiados
por la nube y todos atravesaron el mar;
y para todos, la marcha bajo la nube y el paso del mar, fue un bautismo que
los unió a Moisés.
También todos comieron la misma comida y bebieron la misma bebida
espiritual.
En efecto, bebían el agua de una roca espiritual que los acompañaba, y esa
roca era Cristo.
A pesar de esto, muy pocos de ellos fueron agradables a Dios, porque sus
cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
Todo esto aconteció simbólicamente para ejemplo nuestro, a fin de que no
nos dejemos arrastrar por los malos deseos, como lo hicieron nuestros
padres.
No nos rebelemos contra Dios, como algunos de ellos, por lo cual murieron
víctimas del Angel exterminador.
Todo esto les sucedió simbólicamente, y está escrito para que nos sirva de
lección a los que vivimos en el tiempo final.
Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer!


Lucas 13,1-9.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso
de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de
sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto
porque eran más pecadores que los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la
misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la
torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la
misma manera".
Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su
viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta
higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.
Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra
alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Cipriano (hacia 200-258), obispo de Cartago y mártir
Del bien de la paciencia, 3-5 ; PL 4, 624-625

Imitar la paciencia de Dios

¡Cuán grande es la paciencia de Dios!... Hace nacer el día y hace
levantar la luz del sol tanto para los buenos como para los malos (Mt
5,45): con sus lluvias riega la tierra y a nadie excluye de sus beneficios,
de manera que concede el agua indistintamente a los justos como a los
injustos. Le vemos actuar con una paciencia sin igual tanto con los
culpables como con los inocentes, con los fieles como con los impíos, con
los que son agradecidos como con los que son ingratos. Para todos ellos los
tiempos obedecen las órdenes de Dios, los elementos se ponen a su servicio,
los vientos soplan, las fuentes manan, las cosechas crecen en abundancia,
el racimo madura, los árboles rebosan de frutos, los bosques verdean y los
prados se cubren de flores... Aunque tiene el poder de vengarse, prefiere
esperar pacientemente largo tiempo y diferir, con bondad, para que, si es
posible, con el tiempo se atenúe la malicia y el hombre... retorne de nuevo
a Dios, según lo que él mismo nos dice en estos términos: «No quiero la
muerte del pecador sino que se convierta de su conducta y viva» (Ez 33,11).
Y también: «Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (Jl 2,13)... Ahora bien, Jesús nos dice: «Sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto» (Mt 5,48). Con estas palabras nos enseña que, hijos
de Dios y regenerados por el nuevo nacimiento celestial, alcanzaremos la
cumbre de la perfección cuando la paciencia de Dios Padre resida en
nosotros, y la semejanza divina, perdida por el pecado de Adán, se
manifieste y brille en nuestros actos. ¡Qué gloria ser semejantes a Dios,
qué dicha tener esta virtud digna de las alabanzas divinas!




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